jueves, 9 de junio de 2011

Palacio de Versalles .



Luis XIV o Rey Sol.


Monarquía autoritaria, feudal y absoluta .

La monarquía autoritaria es una forma de gobierno que concentra poderes y territorios, y se basa fundamentalmente en la burocracia, en un sistema de impuestos, en la diplomacia, un ejército único y un sistema económico centralizado.
Esta monarquía era gobernada por un rey, de nobleza alta y hereditaria, tenía bajo su poder a vasallos y a campesinos, éstos últimos tenían que pagar obligatoriamente impuestos.
También puede ocurrir que el monarca pudiera estar controlado por los nobles poderosos y por el clero, ya que les debía muchos favores tanto económicos como políticos.


Monarquías feudales son las que se desarrollaron en el periodo de la Plena Edad Media en la Europa Occidental, caracterizadas por la imposición de monarquías hereditarias patrimonializadas en fuertes dinastías en el espacio de los reinos que surgen frente a los poderes universales (Papa y Emperador) y como cúspide de las relaciones de vasallaje. Su localización en el tiempo podría hacerse entre el siglo XI y el siglo XIII. La coincidencia temporal con las Cruzadas y la fase más expansiva de la Reconquista aumentó el protagonismo de estos reyes, que utilizaron estos procesos para volcar hacia el exterior la necesidad intrínseca del feudalismo por la guerra.


El concepto de monarquía autoritaria se reserva para los sistemas políticos en los que el poder político se concentra en el rey pero ha de mantener, de un modo pactista o en equilibrio, las peculiaridades territoriales y los privilegios individuales, familiares, territoriales (fueros) y de grupos de muy variada naturaleza (gremios, universidades, municipios), entre los que destaca un grupo en principio no privilegiado: la naciente burguesía enriquecida por el comercio y las actividades urbanas (incluídos los judíos), de la que extrae el rey buena parte de su poder económico; pero sin que pueda entenderse como una superestructura política de la burguesía o una forma de estado burgués. Al contrario, la monarquía autoritaria, a pesar de extraer su poder político del que pierden nobleza y clero (los estamentos privilegiados de la sociedad estamental que ha cristalizado tras la crisis de la sociedad feudal medieval), actúa como el mejor garante del predominio social y económico de éstos.


La guerra de los Treinta Años y la Paz de Westfalia .

La Guerra de los Treinta Años ( 1618 - 1648 ), que enfrentó a católicos y protestantes , finalizó con la Paz de Westfalia y significó la recomposición del mapa político europeo, con el ascenso de una nueva potencia, Francia, y el hundimiento del viejo Imperio de los Habsburgo .

Las hilanderas , Velázquez .

Una de las obras más interesantes y enigmáticas del pintor sevillano, sobre todo en cuanto al tema, es La fábula de Aracné. Fue pintado casi con total seguridad en 1657 para D. Pedro de Arce, Montero del Rey, aunque en el siglo XVIII ya figura en las colecciones reales. En primer plano vemos cinco mujeres que preparan las lanas para la fabricación de tapices. Al fondo, detrás de ellas, aparecen otras cinco mujeres ricamente vestidas, sobre un fondo de tapices. Esta última escena sería la que da título al cuadro ya que recoge la fábula en la que la joven Aracné, al presumir de tejer como las diosas, es retada por Atenea a la confección de un tapiz. El jurado dictaminó un empate pero Atenea castigó a Aracné convirtiéndola en araña para que tejiera durante toda su vida. Con esta fábula, Velázquez quiere indicarnos que la pintura es un arte liberal, igual que el tejido de tapices, no una artesanía como la labor que realizan las mujeres en primer término. Poner el mensaje en un segundo plano es un juego típico del Barroco. También hay quien piensa que se trata de una escena del obrador de la Fábrica de Tapices de Santa Isabel que el pintor solía frecuentar a menudo. Pero esto no sirve para explicar la escena de segundo plano. Trate sobre lo que trate, estamos ante una de las mejores pinturas, en la que Velázquez ha sabido dar sensación de movimiento, como se aprecia en la rueca de la izquierda, cuyos radios no vemos, y en la figura de la derecha que devana la lana con tanta rapidez que parece que tiene seis dedos. También hay que destacar el efecto atmosférico, es decir, la sensación de que entre las figuras hay aire que distorsiona los contornos y hace que las figuras estén borrosas. La pincelada no puede ser más suelta, utilizando manchas como en el caso del gato o el rostro inacabado de la mujer del centro, que está a contraluz. La luz viene de la derecha, siendo admirable que con tan limitado colorido se obtenga esa excelente luminosidad.

miércoles, 8 de junio de 2011

La Venus del espejo .


Es la única obra conservada de Velázquez en la que aparece una mujer desnuda, aunque sabemos que pintó alguna más. Por supuesto, nadie duda de su autenticidad, pero sí existen discusiones en torno a la fecha: unos piensan que la hizo en 1648 y otros que fue en Italia, entre 1648-1650. Lo que sí es cierto es que apareció en un inventario en 1651 como propiedad del Marqués de Eliche, gran amante de la pintura de Velázquez y de las mujeres, por lo que se piensa que puede representar a su esposa o a una de sus amantes. Quizá por despistar, el pintor coloca el rostro del espejo difuminado para así reflejar el cuerpo desnudo de la dama que el marqués amaba. Existen numerosas referencias en la obra: Rubens, Tiziano, Giorgione e incluso Miguel Ángel. Pero el sevillano supera a todos ellos y coloca a una mujer de belleza palpable, de carne y hueso, resaltando aun más la carnación gracias al contraste con el paño azul y blanco, o el cortinaje rojo que da gran carga erótica al asunto. Posiblemente esto provocó que una sufragista inglesa acuchillara el cuadro en 1914 con siete puñaladas que apenas sí se notan. Da la sensación de que el artista ha sorprendido a Venus mientras Cupido, resignado, sostiene el espejo en el que se refleja el rostro de la belleza, aunque lo que deberíamos ver sería el cuerpo de la diosa. En cuanto a la técnica, cabe destacar cómo el pintor utiliza una pincelada suelta, que produce la sensación de que entre las figuras circula aire, el famoso aire velazqueño.
La iglesia no aceptó del todo esta pintura debido a que una mujer desnuda no era el mejor tema para un cuadro .

Las meninas de Velázquez .